14 años después del cambio de siglo, de milenio, del paso de
la era moderna a la post-moderna, pocos hechos acaecidos en nuestro país han
cruzado el listón de lo importante o trascendente a lo histórico. Me resultaría
imposible citar todos los ilustres personajes que han muerto en éstos 14 años,
tampoco es mi objetivo aunque ofrezco un pésame
para todos ellos. Tampoco puedo aventurarme a destacar aquellas personas
que, de despreciados se han convertido en ilustres en poco más de una década.
Sólo puedo centrarme en uno de ellos, en boca de todos actualmente. Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos
de Borbón y Grecia, el 19 de junio, asumió el trono como Rey de España. Posiblemente
este destacado hecho se pudiera calificar de histórico, pues en cierta medida puede
considerarse como tal, pero bajo ningún concepto se puede considerar como
trascendente, partiendo de la base de que el pueblo español -subyugado a un
plebiscito- no dio la cara a Felipe VI, más bien al contrario, le dio la
espalda.
Una fiesta a todo tren, un desfile en un Rolls Royce pagado
por Francisco Franco, un elenco de invitados de la ’jet set’ que superaba la indignante cifra de 2.000 personas -entre
las cuales no se encontraba la infanta Cristina ni su marido- y todo ello
adornado con un breve discurso cuanto menos poco emocionante. “En esa España unida y diversa cabemos todos”,
es el leimotiv repetido hasta la saciedad por los medios de des-información,
curiosamente todos ellos muy a favor de la nueva “era” que va a vivir –o sufrir-
España.
España, unida,
diversa, dónde cabemos todos.
Una España unida. Pero… ¿Por qué o por quién? Que sea el Rey
quien afirma semejante contradicción con la realidad –evidente y palpable, pues
no vivimos en un país homogéneo sino en los anteriormente llamados ‘Reinos de
España’- parece querer indicarnos que es su figura la que une España. Labor que
su padre, visto lo visto, no ha conseguido. El problema principal reside en que
nadie tiene referencias de éste individuo, ahora nuestro (su) Rey, por lo que nadie conoce sus capacidades de
negociación, gestión o administración de un país. Felipe VI el Pre-parado
vuelve a inundar los oídos de los españoles con palabras vacías.
Una España diversa. Una España donde se prohíbe la exhibiciónde banderas tricolores en la coronación de un Rey felón impuesto.
Una España unida en la que cabemos todos menos una infanta Cristina con su
marido en su proclamación. Curiosamente, apenas unos días después, conocemos
que Cristina pasa a ser imputada dentro del sumario del caso Nóos (como este tema da para un nuevo post lo
dejaremos más para adelante). Una España diversa que alberga todo tipo de
población, desde al trabajador menos preparado, a los mejores técnicos de
Europa, del ciudadano más honrado a los mayores traficantes, estafadores,
ladrones y cara duras de Europa. Una España fraccionada socialmente, en el
umbral –siendo generosos- de un enorme invierno demográfico en aras de un mundo
globalizado que la utiliza y desprecia a cambio de unos pocos miles de millones
repartidos entre sus dirigentes.
Pobre Felipe VI, tan cristiano que es y ni Cristo fue a verle en su coronación
El Rey demócrata, la barbarie de su especie. En sí mismo
conceptos opuestos. ¿Cómo alguien que va
a reinar por designio familiar, heredando un trono ilegítimo –pues recordemos
que el trono debería haber sido otorgado a Juan de Borbón, padre de Juan Carlos
I, pero F. Franco decidió transferir el reinado a Juan Carlos I al tener una
ideología más afín y al, oportunamente, matar a su hermano mayor- puede
hablarnos de justicia y democracia? Abogar por el progreso, la evolución y la “nueva
era” de España sin, ni siquiera, facilitar al pueblo herramientas para decidir en
qué dirección quiere evolucionar y cuál va a ser esa “nueva era” que está por
venir.
El Rey, apartidista en la teoría –no así en la práctica-, no
dispone realmente de una influencia real (valga la redundancia) en ninguna toma
de decisiones relacionadas con el desarrollo de España y su gobierno. Se trata oficialmente de una figura meramente
simbólica que representa la unidad de España y nos cuesta apenas unos céntimos
al día, mes o año. En eso se basa
nuestra monarquía parlamentaria.
Nadie puede inferir,
como yo he hecho, que los múltiples viajes de nuestro antiguo Rey, Juan Carlos
I, por todo el mundo y los contactos que ha realizado no pueden llegar a
influenciar en la política Española. Nadie puede, entonces, determinar que con
unas simples llamadas el Rey puede destituir a tal o cual ministro, tal, cual
periodista o tal, cual empresario.
Tampoco nadie puede imaginar si quiera que el Rey se está
lucrando –¿o se estaba?- de cada uno de los litros de gasolina con la que
alimentamos nuestros vehículos tal y como afirma Iñaqui Anasagasti.
Hecho que explicaría porque España abusa tanto de la industria automovilística y se desacreditan otras formas de transporte alternativas.
Es, pues, comprensible que el pueblo le dé la espalda, que
vea con recelo como se han malgastado miles o millones de euros, que la
población se sienta ninguneada al entender que su opinión es totalmente
prescindible, para, luego, dejar en evidencia al máximo representante estatal
en el día más importante de su carrera: su coronación.
Fotografía por Jasper Juinen | Getty. Vía lavanguardia.com |
Como curiosidad: aún hoy en día no podemos saber a ciencia
cierta la cantidad de dinero invertido en la ceremonia que, de ser justo, el
gobierno podría haberse marcado un buen tanto: austeridad hasta en la Casa Real.
Todo parece indicar que el presupuesto para la coronación no fue escaso, es
más, parece que no se escatimó en nada, y menos en seguridad. Más de 2.000agentes implicados en el dispositivo deseguridad velaban por la misma del futuro Rey.
El caníbal
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